3/10/15

La lengua de lengua

Espero que éste rollo de papel en el que escribo llegue a las manos indicadas. Estoy bajo circunstancias extremas, el lector tiene que entender…
Mis horas en la clase de lengua siempre fueron como un pozo en el tiempo.
Lisa, la profe, tiene esa costumbre de hacer preguntas que sólo ella sabe contestar (por más fuerte que lo intentes, no, no sabés la respuesta), lo cual asegura mi ausencia mental en la clase apenas pasados los primeros 20 minutos.
- ¿Qué es lo importante en el contexto de ésta historia?
Comienza con preguntas aparentemente fáciles. Tus posibilidades de contestar bien son del 20%, en principio ya muy bajas.
- ¡La impunidad! / ¡El odio! / ¡La tristeza!
- Sí, pero no...
Como que le daba miedo decirte que no, pero su cara se encargaba de asegurarte su disconformidad. Después de su respuesta, veías que en realidad no escuchó a ningún alumno, sólo esperaba pacientemente a que todos dieran su humilde e incorrecta opinión.
- Lo importante de éste contexto es que ese periodista ya estaba expuesto, lo conocían.
Aproximadamente después de la quinta pregunta, ya dejabamos de contestar. Ese era el punto de partida para el monólogo propiamente dicho.
Más o menos ahí, solía pasarme algo extraño: pensaba en cosas como un perro que vi moribundo al lado de la ruta, mi personaje favorito muriendo en Game of Thrones… eran una serie de pequeñas dosis de dolor que más de dos veces terminaron haciéndome llorar en silencio, con discresión. Y nadie se daba cuenta, ni si quiera Lisa...
Hoy descubrí que no soy el único al que le pasaba eso.
Cuando comenzó el monólogo de ésta mañana, la lluvia de dolor estaba a puntísimo de caer sobre mí. Pero me aguanté. Puse los ojos fijos en los labios de la profesora y me decidí a no hundirme de vuelta en todas esas divagaciones. Resistí lo más que pude.
Había pasado toda la mañana pensando en formas excelentes de hacerlo: lapicera en mano para dibujar, chicle para no dormirme, mochila puesta para sentir incomodidad.
Como la estrategia de mirarle los labios no era demasiado agradable ni demasiado efectiva, decidí girar la cara hacia donde todos mis compañeros estaban.
Ahí me encontré con el espectáculo macabro que me trajo a éste baño sucio de colegio. A estar escribiendo en papel higienico, acuclillado, desarmado del miedo, escuchando los pasos de la multitud que poco a poco viene a buscarme…
Las caras de cada uno de mis compañeros estaban pintadas de dolor. Cada uno en su mundo, sufría y lloraba. Le moví  el brazo a Vero, le sequé las lágrimas a Lucho, y no sirvió… No eran ellos.
Entonces sentí como si se me destaparan los oídos. La jefa se había callado.
La miré de golpe, tenía los ojos clavados en mi con furia y yo supe que había que huir lo antes posible.
Los brazos de mis compañeros se abalanzaron lelamente sobre mí; fue un largo transcurso desde la primera fila hasta la puerta. Dejé mochila, campera, pulseras, y fui abriéndome camino con ésta lapicera hasta salir.
Creo que nadie me vio entrar. Creo que puedo sobrevivir un rato más, al menos lo suficiente para decirles, para rogarles, para que sepan: las palabras no son tan inocentes como parecen.
No importa si están diciendo otra cosa, lo que tienen adentro se va a manifestar de alguna forma…Cuídense de eso...
Los escucho entrando. Voy a esconder el papel y espero estar bien.
Hasta la vista….